<div class="gmail_quote">Adjunto la Carta Abierta/3. Me parece importante darle difusión.<br>Más info en <a href="http://cartaabiertaa.blogspot.com/">http://cartaabiertaa.blogspot.com/</a><br>Ernesto López<br><br><br><br><div bgcolor="#ffffff">
<div style="font-family: arial; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; font-size: 10pt; line-height: normal; font-size-adjust: none; font-stretch: normal;">La Carta Abierta/3 fue presentada ayer por un
amplio colectivo de intelectuales</div>
<blockquote>
<h1>La nueva derecha</h1>
<h4>En el texto que aquí se publica, el espacio conformado por más de 1500
personas de la cultura, la educación, las ciencias y las artes vuelve a
pronunciarse sobre la actual situación política. Ahora examina el surgimiento
y las características de una "nueva derecha", un actor social que se piensa
"contra la política", que "reclama eficiencia y no ideología" en defensa de
"los poderes existentes".</h4>
<div>
<p>¿Cómo se puede reclamar la nacionalización del petróleo
cuando la lucha que se despliega es contra una medida progresiva de índole
impositiva? ¿Cómo se puede llamar a la lucha contra la pobreza con aliados que
expresan las capas más tradicionales de las clases dominantes? Algo ha
sucedido en los vínculos entre las palabras y los hechos: un disloque. Los
símbolos han quedado librados a nuevas capturas, a articulaciones
contradictorias, a emergencias inadecuadas. Ningún actor político puede
declararse eximido de haber contribuido a esa separación. Las situaciones
críticas obligan a preguntarse qué palabras les corresponden a los nuevos
hechos. Entre las batallas pendientes en la cultura y la política argentina,
está la de nombrar lo que ocurre con actos fundados en una lengua crítica y
sustentable. Sin embargo, hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como
un acto de confiscación. Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar
pruebas de su enraizamiento en expectativas sociales reales. Parece haber
triunfado la "operación" sobre la obra, el parloteo sobre el
lenguaje.</p>"Clima destituyente" hemos dicho para nombrar los embates
generalizados contra formas legítimas de la política gubernamental y contra
las investiduras de todo tipo. Una mezcla de irresponsabilidad y de
milenarismo de ocasión sustituyó la confianza colectiva. "Nueva derecha"
decimos ahora. Lo decimos para nombrar una serie de posiciones que se
caracterizan por pensarse contra la política y contra sus derechos de ser otra
cosa que gestión y administración de los poderes existentes. Una derecha que
reclama eficiencia y no ideología, que alega más gestión que valores –y puede
coquetear con todo valor–, que invoca la defensa de las jerarquías existentes,
aunque se inviste miméticamente de formas y procedimientos asamblearios y
voces sacadas de las napas prestigiosas de las militancias de ciclos
anteriores. Esa derecha impugna la política como gasto superfluo y como
enmascaramiento, pero es cierto que la impugna con más dureza cuando la
política pretende intervenir sobre la trama social. Tiene distintas
inflexiones: desde la ilusoria eficiencia empresarial del macrismo hasta el
intercambio directo de dones y rentas imaginado en Gualeguaychú, sin Estado,
ni partidos, sólo con golpes de transparencia contra lo que llaman
obstáculos.<br>Transparencia social imposible, como no sea bajo un régimen
coercitivo, que expresa su desprecio hacia la política como capacidad
transformadora, como intervención activa sobre la vida en común. De ese
vaciamiento son responsables, también, los profesionales de la política que
priorizaron sus propios intereses mientras sostenían un discurso de lo
público. Demasiado tiempo vino degradándose el lenguaje político como para que
no surgieran mesianismos vicarios y vaticinios salvadores que en vez de
redimir el conocimiento político son el complemento milenarista del
espontaneísmo soez. La nueva derecha viene a decir que eso no está mal y que
se debe llevar a sus últimas consecuencias, disolviendo la instancia misma de
la política. Es fundamentalmente destituyente: vacía a los acontecimientos de
sentido, a los hechos de su historicidad, a la vida de sus memorias. Por eso
atraviesa fronteras para buscar terminologías en sus antípodas. Es una nueva
derecha porque, a diferencia de las antiguas derechas, no es literal con su
propio legado sino que puede recubrirse, mimética, con las consignas de la
movilización social.<br>La nueva derecha puede agitar florilegios de
izquierdas recreadas a último momento como préstamo de urgencia o anunciar
compromisos caros a las luchas sociales de la historia nacional, sea Grito de
Alcorta, sea la gesta de Paso de los Libres en 1933, sean las asambleas de
2001. Es una nueva derecha veteada de retazos perdidos, pero no olvidados, de
antiguas lenguas movilizadoras. Condena el vínculo vivo de las personas y las
sociedades con el pasado, llamando a un ilusorio puro presente que podría
desprenderse de esas capas anteriores. Lo hace, incluso, cuando trae símbolos
de ese pasado, sujetándolos a relaciones que los niegan o vacían. Cita al
pasado como una efemérides al paso. Será jauretcheana si cuadra, aplaudirá a
Madres de Plaza de Mayo si lo ve oportuno, dirá que adhiere a Evo Morales si
se la apura, y no le faltará impulso para aludir a los mayos y los octubres de
la historia. Mimetismo bendecido, tolerado: es la nueva derecha que ensaya el
lenguaje total de la movilización con palabras prestadas. Procede por
expurgación y despojo, restándole a la realidad algunas de las capas que la
constituyen y presentando en una supuesta lisura la vida en común. En ella no
hay espesor, diferencias, desigualdades, violencias ni explotación; ella habla
del "campo", trazándonos un dibujo bucólico de pioneros esforzados de la misma
manera que considera la pobreza y el hambre como desgracias naturales o como
penurias redescubiertas para sostener una mala conciencia de escuderos
novedosos de los poderes agrarios tradicionales.<br>En la nueva derecha reina
lo abstracto, pero con la lengua presunta de lo concreto: precisamente la que
hablan los medios de comunicación. A la trama moral de las acciones la tornan
escándalo moral, denuncismo de sabuesos que dejan saber que las sospechas
generalizadas sobre la vida política son instrumentos que pueden sustituir un
pensar real. En ella se trata de reivindicar la honestidad de los
ciudadanos-consumidores, su espontaneidad expresiva ante las manipulaciones de
la vieja política; transparentar es su grito, mostrar un supuesto lenguaje sin
espesura es su lema. Sin obstáculos, sin pliegues. Sus lenguajes apuntan a
vaciar de contenido historias y memorias de la misma manera que buscan
desmontar cualquier relación entre universo reflexivo-crítico y política
transformadora. Devastación del mundo de la palabra en nombre de la
brutalización massmediática; simplificación de la escena cultural de acuerdo
con la continua mutilación de la densidad de los conflictos sociales y
políticos.<br>La nueva derecha es ahora un conjunto de procedimientos y de
prácticas que se difunden peligrosamente en las más diversas alternativas
políticas. La aceptación de que la escena la construyen los medios de
comunicación lleva a un tipo de intervención pública tan respetuosa de ese
poder como sumisa respecto de las palabras hegemónicas. Hace tiempo que los
estilos comunicacionales habituales recurren al intercambio de denuncias como
una cifra moral, que parece menos un proyecto compartible de refundar la
política en la autoconciencia pública emancipada que en la circulación de un
nuevo "dinero" basado en un control de la política por la vía de un moralismo
del ciudadano atrincherado, temeroso, ausente de los grandes panoramas
históricos. Moralismo de estrechez domiciliaria, pertrechada, víctima de
miedos construidos y de oscuros deseos de resarcimiento. Es un viaje que
parece no tener retorno hacia la espectacularización de una conciencia difusa
de represalia. Es un recelo que va quedando despojado de contenidos, como no
sean los parapetos medrosos de un pensamiento consignatario. Todo lo que
implica la misma incapacidad para descubrir que lo que llaman "opinión
pública", que en ciertos momentos de la historia es un acatamiento a lo que
habla por ella más de lo que ella balbucea de sí misma.<br>La nueva derecha se
inviste con el ropaje de la racionalidad ciudadana, adopta los giros de
lenguaje y los deseos más significativos de una opinión colectiva sin la
libertad última para ver que encarna los miedos de una época despótica y
violenta. Un intenso intercambio simbólico viene a sellar así la alianza entre
la nueva derecha, los medios de comunicación hegemónicos y el "sentido común"
más ramplón que atraviesa a vastos estratos de las capas medias urbanas y
rurales del que tampoco es ajeno un mundo popular permanentemente hostigado
por esas discursividades dominantes.<br>Lo que sucede en Bolivia, quizás el
escenario más complejo de la región, debe alertarnos. No porque sean
equivalentes los fenómenos sociales y políticos sino porque el tipo de
confrontación que las derechas bolivianas despliegan advierten sobre cuánto se
puede decidir no respetar la voluntad popular, aun apelando a frenesís
plebiscitarios. En la Argentina no estamos ante un escenario de esa índole,
pero sí asistiendo a la emergencia de nuevos fenómenos políticos reactivos y
conservadores, que atraviesan partidos políticos populares y organizaciones
sociales. Todo trastabilla ante la cuerda subterránea que tienden las nuevas
derechas. La señora cansada del conflicto, el locutor de la noche harto de la
refriega, el pequeño rentista fastidiado de las listas electorales que había
votado. Las nuevas derechas ejercen su señorío como una forma de desencanto,
llamando al desapego generalizado. El ser social, por fin saturado de las
dificultades de una época, llama bajo su forma reactiva a no pensar la
dificultad sino a refugiarse en la desafección política, en el módico
mesianismo al borde de las rutas. Proclaman que actúan por dignidad cuando son
economicistas, y son economicistas cuando demuestran que ésa es la nueva forma
de la dignidad.<br>Atraviesan así toda la materia sensible de este momento de
la historia nacional. Su frase predilecta, "no me metan la mano en el
bolsillo", hace de los actos legítimos de regulación de las rentas
extraordinarias de la tierra una ignominiosa expropiación. Trata un bien
nacional, como la productividad del suelo, como cosa meramente privada. Otras
frases reiteran: "Está loca", e incluso se ha escuchado en la televisión de la
noche de los domingos: "Es satánico". Se interpreta la intervención del Estado
en el mercado en la clave de una psiquiatría obtusa de revista de peluquería,
de chistoso de calesita o de pitonisa de boudoir. Menos se dice "hay que
matarlos", pero aparece en los añadidos que publican algunos periódicos cuando
termina la redacción de sus propios artículos y comienza la carnicería
opinativa en un anonimato electrónico sediento de desquite. ¿Ante quién?,
¿para qué? No le importan las respuestas a una nueva derecha que recobra el
linaje de las más impiadosas que tuvo el país. Ha soltado la lengua, pero
aprendió a decir primero "armonía" y diálogo", mientras no ocultan la sonrisa
sobradora cuando escuchan que se les dice: "¡Y pegue, y pegue!".<br>Se
considera una redención el uso del lenguaje más incivil del que se tenga
memoria en las luchas sociales argentinas. Con impunidad lo han tomado, con
rápido gesto de arrebatadores, del desván de los recuerdos y de las historias
de gestas desplegadas en nombre de un ideal más igualitario. En un
sorprendente movimiento de apropiación para travestirla en su beneficio, han
movilizado la memoria de los oprimidos en función de sostener el privilegio de
unos pocos, vaciando, hacia atrás, todo sentido genuino, buscando inutilizar
una tradición indispensable a la hora de restablecer el vínculo entre las
generaciones pasadas y los nuevos ideales emancipatorios.<br>Es una operación
a partir de la cual se definen las lógicas emergentes de esa nueva derecha que
no duda en reclamar para sí lo mejor de la tradición republicana y
democrática; es una nueva derecha que no se nombra a sí misma como tal, que
elude con astucia las definiciones al mismo tiempo que ritualiza en un mea
culpa de pacotilla sus responsabilidades pasadas y presentes con lo peor de la
política nacional, bendecida por frases evangélicas que llaman oscuramente a
la vindicta de los poderosos que aprendieron a hablar con préstamos del
lenguaje de los perseguidos. Lo han hecho en otros momentos cruciales de la
historia nacional. La nueva derecha inversionista ha comenzado por invertir el
significado de las palabras. ¿Por qué no lo harían ahora?<br>Ante eso, es
necesario recuperar otra idea de política, otro vínculo entre la política y
las clases populares, y otra ilación entre hechos y símbolos. Si la nueva
derecha reina en una sociedad mediatizada, una política que la confronte debe
surgir de la distancia crítica con los procedimientos mediáticos. Si la nueva
derecha no temió enarbolar la amenaza del hambre (como consecuencia de su
desabastecedor plan de lucha), otra política debe situar al hambre, realidad
dramática en la Argentina, como problema de máxima envergadura y desafío a
resolver. Es cierto que, visiblemente, hoy no son muchos los que aceptan
enarbolar blasones de derecha. Hay que buscarla en todos los lenguajes
disponibles, en todos los partidos existentes, en todas las conductas públicas
que puedan imaginarse. Los pendones que la conmueven pueden ser frases como
éstas: "La nueva nación agraria como reserva moral de la nación". Es el viejo
tema de las nuevas derechas y la identificación, también antigua, de patria y
propiedad, de nación y posesión de la tierra. Es el concepto de reserva moral
como liturgia última que sanciona tanto el "fin del conflicto" como un
tinglado modernizante que no vacila en expropiar los temas del progresismo,
pero para desmantelar lugares y memorias. Es una gauchesca de bolsa de
cereales como acorde poético junto al horizonte del nuevo empresariado
político. Podrán leer a la ida el Martín Fierro y a la vuelta los consejos de
Berlusconi.<br>Los nuevos hombres "laboriosos", persignados fisiócratas, se
indignan porque hay Estado y hay vida colectiva que se resiste a vulnerar la
vieja atadura entre las palabras y las cosas. Pero esto ocurre porque la
materia ideológica, con sus venerables arabescos y citas célebres, ha quedado
deshilvanada, reutilizada en rápidos collages de las nuevas estancias
conservadoras del lenguaje. ¿Cómo descubrirlas? Su localización es la ausencia
de nervadura social, pues se trata de desplegar para la Argentina futura una
nueva cultura social con un único territorio, el de las rentas extraordinarias
que desea percibir una nueva clase, interpretando estrechamente las graves
necesidades alimentarias del mundo. Parecen campesinos, parecen chacareros,
parecen pequeños propietarios, parecen hombres de campo protagonizando una
gesta. Pero no son ilusiones estas nuevas creaciones políticas de
indesmentible base social nueva. Sin los tractores embanderados, brusca
señalización del paisaje que atrae por la carencia de todo matiz, de todo
signo mediador. La nueva clase teatraliza una rebelión campesina, pero traza
un nuevo destino conservador para la Argentina. Marcha con vocablos fuera de
su eje, en una combinación entremezclada que pone en escena la fusión entre
formas morales de revancha y captura jocosa de los símbolos del progresismo
social.<br>Asistimos a un remate general de conceptos. Nociones tan complejas
como la de "patria agraria", "Argentina profunda", "nuevo federalismo", han
resurgido de un arcón honorable de vocablos, cuando significaron algo precioso
para miles y miles de argentinos para salir hoy a la luz como mendrugo de
astucia y oportunismo. Como en los posmodernismos ya transcurridos, vivimos la
sensación de que en el reino de los discursos políticos e ideológicos "todo es
posible de darse". Las palabras parecen las mismas, pero se han dislocado bajo
una matriz teleteatral y un recetario de cruces de saltimbanqui, legalizados
por la escena primordial de cámaras que infunden irrealidad y deserción de la
historia en sus recolecciones vertiginosas. Un nuevo estado moral de derecha
surge del neoconservadurismo que reordena los valores en juego, luego de que
ha tramitado un liberalismo reaccionario y un modernismo que propone conceptos
de la sociedad de la información para hacerlos marchar hacia un nuevo consenso
disciplinador y desinformante.<br>Un nuevo sentido común producido por los
tejidos tecnoinformativos nutre así el círculo de captura de imágenes y
discursos. Se habla como lo hace la llamada "sociedad del conocimiento", y
ésta habla como lo hacen previamente quienes ya fueron tocados por la
conquistada neoparla que insiste en estar "fuera de la política", pero munidos
de jergas sustitutivas de la experiencia pública. Hasta el modo de ir a los
actos políticos es puesto bajo la grilla admonitoria de un juez del Olimpo que
dictamina los momentos de supuesta "falsa conciencia" de miles de
conciudadanos que no poseerían la legítima pasión espontánea de los
refundadores del nuevo federalismo sin historia, sin Estado, sin
instituciones, sin sujeto. El descrédito de lo político comienza por destituir
a las masas populares y sus imperfectas maneras, para hacer pasar por buenas
sólo las supuestas movilizaciones pastoriles roussonianas, efectivamente
multitudinarias, que mal se sostienen bajo las diversas modalidades del
tractorazo, más amenazante que bucólico.<br>Una república agroconservadora
despliega entonces sus banderas de "nuevo movimiento social". Tienen todo el
derecho a expresarse, pero el examen democrático del gigantesco operativo que
han emprendido debe ser también interpretado. Se trata de sustituir un pueblo
que consideran inadecuado con otro vestido con galas de revolución
conservadora. Hay suficientes ejemplos en la historia del país y en las
memorias constructoras de justicia para decir que no lo lograrán.<br></div>
<div>© 2000-2008
<a href="http://www.pagina12.com.ar" target="_blank">www.pagina12.com.ar</a> | República
Argentina | Todos los Derechos
Reservados<br></div></blockquote></div></div>